martes, 27 de julio de 2010

Inyección de esperanza


Recuerdo aquel día en la parroquia, cuando vi el tríptico para el campo de trabajo por primera vez y no sabía muy bien que quería decir todo aquello. Decidí buscar respuestas y acabé llamando a Julián, quien me informó de todo. Me pareció una excelente oportunidad para dedicarle un tiempo a tratar de darle un empujoncito al mundo, aunque en ese momento no tenía ni la menor idea de lo que iba a vivir durante esos 5 días.
“Donde haya un árbol que plantar, plántalo tú”...esa era la primera frase con la que dimos comienzo al campo de trabajo y así nos dispusimos a hacer. Colaboramos en cocina, tanto dentro como fuera, ayudando a servir la comida en el comedor. Echamos una mano en el ropero, guiando a las personas que acudían allí y compartimos la tarea de hacer piñatas con los usuarios del centro de día, codo con codo. Poco a poco íbamos colocando nombres y apellidos a las personas que pasaban por allí y fuimos entendiendo que significaba aquello de transeúnte.
Cada día, a la hora de la comida acudía una persona diferente a contarnos su experiencia al trabajar con las personas sin hogar. Voluntarios, educadores… cada uno de un ámbito diferente pero todos tenían en común la dedicación por ese sector de la sociedad tan olvidado. Las tardes las dedicamos a visitar centros en los que se desarrollan diferentes proyectos de Cáritas relacionados con transeúntes. Visitamos “El Pati”, donde sus usuarios, tras previo paso por el albergue, se les ayuda a salir adelante de manera autónoma y digna, “marillac” una residencia llevada por las hermanas de la caridad a la que acuden aquellas personas sin hogar tras recibir el alta médica, y el piso semitutelado “Bantaba”, el cual acoge a personas inmigrantes y donde pudimos compartir una gran merienda casera.
En cada lugar fuimos testigos de primera mano de las diferentes realidades de las personas que ocupaban los distintos centros, las circunstancias por las cuales habían acabado acudiendo a Caritas y sus avances desde su llegada. Pudimos compartir momentos de charla, meriendas y con el paso de los días fuimos enriqueciéndonos de grandes momentos.
Resulta difícil explicar todo lo vivido, la sensación que se te queda cuando alguien en el comedor te agradece que le sirvas su comida, la alegría de compartir unas horas con algún transeúnte en el centro de día o la emoción al ver un niño que encuentra su juguete en el ropero. Son experiencias que enriquecen y que nos hace ser conscientes de los muchos recursos que disponemos para hacer felices a los que más lo necesitan. Si a todo esto le añadimos el buen ambiente que se respiró en el grupo formado por los voluntarios del campo de trabajo y el equipo educativo de Caritas que nos acompañó, hace que la experiencia sea inolvidable.
En estos días fuimos de algún modo transeúntes, personas de paso por las vidas de aquella gente, tratando de empujar si cabe, un poco más, su esperanza por avanzar. Ellos por su parte nos hicieron sentirnos útiles, dándonos alas para seguir caminando en la dura tarea de ser , como decía la canción, héroes anónimos.

Articulo para Revista Caritas

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